lunes, 8 de septiembre de 2003

Un pequeño paréntesis para una reflexión....


Mientras pasan los años, es menos lo que recuerdo de mi vida. Me he dado cuenta de que los recuerdos que perdemos nunca regresan, y que con ellos se van partes de nuestra existencia. Es extraño pensar que de alguna manera la memoria nos juega una mala broma, ya que en un punto de nuestra vida siempre recurrimos a ella para darnos cuenta de quienes somos, de lo que nos ha traído a donde estamos, y al perder parte de ella tampoco podemos encontrarnos a nosotros mismos, nos perdemos en la inmensidad de lo que fuimos, de lo que creemos que somos, de lo que nunca fuimos y lo que no seremos, y lo que queremos ser pero no podemos, o creemos que no. Entonces para que recordamos, si recordar nos llena de confusión y nos forza a vivir acumulando y perdiendo más recuerdos, hundidos en la nostalgia. Tal vez recordamos para revivir momentos, tal vez para impresionar a los demás con lo que creemos que hemos sido, quizá recordamos para encontrar aquello que falló y nos hizo ser como somos, o para ver que fue lo que nos hizo querer ser doctores, arquitectos, madres, padres, abogados o lo que sea que seamos. Creo que al fin y al cabo nos gusta recordar para saber con certeza que hemos vivido, que no fue un sueño, que somos parte de este mundo. El punto es que seguimos tratando de recordar, y vivimos, si, pero pasamos más tiempo en el pasado que en el presente. Quisiera decir que yo no soy así, pero si no fuera así no me preocuparía no recordar, y quiero recordar. Necesito saber con certeza que algún día hice lo que ahora no puedo.
Recuerdo que algún día trepé a un árbol, y que me raspé las rodillas al correr en la tierra mojada de un día lluvioso. Recuerdo los días en que exploraba el bosque a donde íbamos de vacaciones, encontrando lugares fantásticos que si bien no estaba ahí, formaban parte de mis descubrimientos. Recuerdo los días en que no importaba nada más que la dramática historia de una princesa que había mordido una manzana envenenada y que era representada fielmente por mi muñeca. Recuerdo cuando guardé las muñecas y las caricaturas fueron sustituidas por películas y amigos y salidas. Recuerdo cuando encontré a mi propio príncipe, sólo que el no me despertó con un beso, y recuerdo cuando no había príncipes ni cuentos de hadas, sólo estaba la cotidianidad… De ahí ya no recuerdo casi nada, sólo la rutina, las obligaciones, la vida moderna.